14 Noviembre 2013
Tiempos extraños vivimos, años dominados por el vértigo que produce haber perdido el suelo que uno pisa con firmeza y no saber a qué aferrarse. En este país muchas personas sucumbieron al canto de sirena del consumismo irracional y asentaron sus propias vidas sobre tan tristes cimientos. Daba la impresión de que haber nacido en un país rico nos otorgaba el derecho a tenerlo todo, incluso a mirar con desdén a personas que nacieron en países más pobres; pero en pocos años hemos pasado de eso a quedarnos sin nuestros principales asideros y ver cómo cada día perdemos uno más.
Muchos de los males que padecemos no son hijos de la crisis, sino de la bonanza, que transformó a muchos españoles en seres materialistas, para los cuales más allá del consumo la vida no existía, que tiraban la casa por la ventana mientras vaciaban también el alma, en los huesos de puro desnutrida, despreocupados por lo que no fuera comprar, ver fútbol y tomar cerveza, seres insolidarios a quienes no importaba el hambre ajena y veían la búsqueda del Dorado de los más desfavorecidos como un atentado contra su propia forma de vida. Creíamos que nos habían enseñado a volar y surcábamos el infinito cielo azul, pero tan sólo nos habían montado en una voladora de feria y levitábamos dando vueltas cual burro de noria. Sonó la sirena; el viajé terminó.
Ahora andamos dando palos de ciego; queremos sacar la bilis y apuntar hacia los culpables de nuestra desgracia, pero nos extrajeron ardor y bilis cuando nos amputaron los redaños y erramos siempre el tiro. Mirilla desenfocada y cargador vacío: con esas armas no se presenta batalla.
Vivimos en una democracia, nos enseñan, podemos expresarnos con libertad y decir cualquier estupidez que se nos ocurra, más libertad cuanto más estúpida, y tiramos contra todo lo que se mueve: el conocido, que es funcionario y por tanto lacra, el vecino que aún no está perdiendo demasiados derechos (ahora llamados privilegios), el amigo que todavía conserva su trabajo… y el político, que es la cara visible del desastre, sin importarnos cuánto de injusto haya en nuestras palabras.
Todo vale y todo es criticable, pero no buscamos la raíz del asunto. Nos parece mal que los políticos ganen dinero y sus sueldos se nos antojan desmesurados. Otra vez fallido el tiro. El Partido Popular propone medidas populistas que redundan en el adelgazamiento de los sueldos de los políticos y la supresión de muchos ayuntamientos, medidas más simbólicas que efectivas que dejarán muchas localidades del país indefensas y olvidadas. Fue la democracia griega la que instauró el estipendio a los políticos, pues si no, pensaban, sólo los ricos podrían hacerse cargo de la cosa pública.
No es malo que se paguen tales servicios. Al contrario. Además, deben estar bien pagados, dada la responsabilidad que teóricamente se asume. El problema viene de la mucha parafernalia costosa que necesita cada uno de ellos (coches oficiales, escolta, dietas exageradas, asesores de los asesores de sus asesores, más asesores…). Da también la impresión de que las tres distintas Administraciones –estatal, regional y local- están mal organizadas y se pisan muchas funciones, lo cual redunda en dificultades burocráticas para el ciudadano y en servicios más costosos. Otro problema es que muchos de vuestros representantes han creído que son una casta especial con derecho a los más ricos manjares y que, como casta que son, su posición ha de ser vitalicia.
La solución no está en bajar el sueldo de los políticos, sino en organizar las cosas de una forma más lógica y económica y hacerles ver que simplemente están cumpliendo una función temporal, tras lo cual su puesto de trabajo les estará esperando. Los dirigentes toman decisiones que pueden afectar a mucha gente, o a muy poca, pero en grandes cantidades de dinero. La tentación es grande. Si está mal pagado, será más fácil que busque otras vías de financiación personal que si se siente bien remunerado. Lo malo es que políticos muy bien pagados han puesto las palmas hacia arriba para ver qué caía.
Es precisamente en esa llaga purulenta donde debemos meter nuestro dedo profundo y violento, en ese desprecio por las personas y las instituciones que han demostrado y siguen mostrando muchos al hacerse con su control. Si queremos que nuestras críticas sean realmente mordaces, debemos enfocarlas hacia el escandaloso robo de nuestros bienes comunes, descontrolado porque lo llevan a cabo los encargados de controlarlo. ¿Cómo es posible –me pregunto- que los que dicen ser vuestros representantes en el Parlamento representen a su vez a lobbies empresariales? Al hilo de lo que contaba H; en su Defensa de Luis Bárcenas, lo que nos debe importar es la venta del Estado al postor que más los beneficie. Y no hablo sólo del regalo que está siendo la privatización de nuestras grandes empresas –Telefónica el más claro ejemplo-, sino, sobre todo, de las manos ocultas y los sobres clandestinos que se intuyen y, desgraciadamente, se esperan en cualquier gran obra o negocio público.
Me pregunto qué sagaz empresario decide adquirir una empresa ruinosa, como dicen que son las públicas. Si Telefónica o Repsol, por poner dos ejemplos, obtienen tan desmesurados beneficios, ¿por qué se vendieron? ¿Por qué han de privatizarse servicios esenciales como son la Educación y la Sanidad? ¿Qué amigo de Aznar o de Rajoy los compra pensando que se va a arruinar con el negocio? Con respecto a las grandes o pequeñas obras del Estado, estamos acostumbrados a que el precio se dispare sin control, e incluso lo justificamos. Cuando compras al por mayor, las leyes del mercado dictan que te resulta más barato lo que adquieres; no es eso lo que sucede con las obras públicas, y la única explicación que se me ocurre tiene que ver con sobres que financien personas o partidos.
Éstas, y no el sueldo de los políticos, son las profundas llagas por las que se desangra mi país; ése el objetivo del dardo certero: personas bien consideradas –no por ello menos gentuza- que han demostrado una codicia ilimitada y ven nuestros bienes compartidos como una gran tarta, su tarta, los que se llenan la boca con la palabra patria a la vez que minan sus cimientos y adelgazan su bolsa, los que sin pudor alguno llaman terroristas a aquellos que se manifiestan defendiendo sus derechos y reclamando lo que les están robando, los que en aras de la seguridad están dinamitando nuestra libertad y, al mismo tiempo, acaban con la seguridad que ofrece un trabajo estable y un sueldo digno.
Contra ellos lucho desde mis páginas, a ésos denuncio. No es el sueldo de los políticos lo que está haciendo que España se tambalee, sino las actuaciones de algunos de ellos que, en connivencia con los poderosos, buscan el mal común y la aniquilación de nuestros derechos, que ya les parecían demasiados. No busquéis a los enemigos de las gentes en otras épocas ni latitudes, que los tenemos muy cerca y algunos nos gobiernan.
Fernando Rivero