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Prometeo Liberado

Blog de educación y de crítica social y política que busca luchar contra la estulticia y falta de sentido común instalados en nuestra sociedad.

La mayoría silenciosa

La mayoría silenciosa

           No, tranquilos, no voy a abordar el uso fraudulento de las estadísticas que el actual Gobierno está haciendo para deslegitimar cualquier protesta cívica: no es necesario, pues se descalifica por sí solo y pone en evidencia que quien lo esgrime posee una íntima convicción totalitaria. Además, llevado hasta sus propios extremos, el mismo argumento vendría a decir que, entre los tan proclamados cuarenta y cuatro millones de paisanos que ahora convivimos, 350 parlamentarios no pasarían de ser una ínfima minoría vocinglera.

         Vengo, sin embargo, a daros de nuevo la tabarra con una idea que muchos sabéis que me viene rondando la cabeza desde hace años y que se me reaviva cada día en que sucumbo a la tentación de asomarme a la “ventana de los medios”, porque indefectiblemente me siento extraño en mi país, porque no lo reconozco ni me reconozco en él, porque se me recrudece el ansia por huir a la Patagonia, a la Tierra del Fuego, por buscar, como el poeta Horacio y tantos otros, una isla más allá del mar en la que fundar una república de hombres libres sólo guiados por el sentido común y la bonhomía.

         Entre todas las muestras de idiocia – privada y colectiva, sí – con que cada jornada nos regala, me centro ahora, una vez más, en el problema de la configuración de España, de su identidad, ese problema que está ahí, que yo no tengo y que, sin embargo, sí que sufro. Cada vez que el termómetro indica que la ocasión es fértil, algún político desde Barcelona agita la senyera para despertar al coro de sostenedores de la disputa, y ese coro – cómo no – grita a cuello desgarrado... desde las cavernas de Madrid. No nos engañemos: el mejor complemento, el mejor alimento del discurso independentista emanado de Barcelona está en el discurso nacionalista emanado de Madrid, y mientras ellos se gritan en nombre de todos, todos callamos cediéndoles nuestra representatividad.

         Permitidme que vuelva, siquiera sean unas breves líneas, sobre argumentos ya recogidos en otros escritos: si Cataluña quiere expresar su sentir mayoritario y decidir en consecuencia, sólo cabe facilitarles el camino para que así se haga, si de verdad estamos ofreciendo a cambio el paraíso de un país libre y plural. Si, por el contrario, la respuesta nace del miedo, hasta el punto de identificar solicitud de referéndum con solicitud de independencia; si esa respuesta se escuda en dificultades formales (“pues mira, resulta que no tenemos ese modelo de papeletas, así que no se puede votar”); si pretexta razones tan absurdas como que para una decisión de eventual divorcio hay que consultar a toda la familia; si, en fin, recurre a la amenaza de futuros males inacabables (scelesta, uae te!, quae tibi manet uita?, “Ay de ti, mala mujer, ¿qué vida te espera?”, como el pobre Catulo preguntaba a aquella hermosísima Lesbia que se le iba), entonces, queridos paisanos, la consecuencia es más que previsible: la caverna política barcelonesa aglutinará el malestar de buena parte de la población catalana, afrentada por esa respuesta que ellos creen “española”, y tirarán de su larga tradición emprendedora para iniciar un nuevo camino, sabedores de que los primeros tiempos serán duros (como, de hecho, lo están siendo ya ahora) pero que más pronto que tarde serán recibidos en el seno de una Europa que, se mire como se mire, también ellos han contribuido a fundar y desarrollar, tanto como el que más.

         Y vengo a mi preocupación inicial, que no es Cataluña sino nosotros mismos: ¿Cuál será entonces nuestra respuesta? ¿Quién de nosotros va a decir a los paisanos de Artíes, a los de Sant Feliu de Guíxols, a los de Porrera, a los de Barcelona, que el sentir de los mentideros de Madrid no es necesariamente el de las gentes de Huércal-Overa, de Portomarín, de Santoña, de Cabeza del Buey, el de tantos y tantos madrileños? ¿Cómo les vamos a decir que en Zarza de Montánchez hay personas que se sienten tan alejadas de una caverna como de la otra y de sus intereses espurios por igual? ¿En qué foros dejaremos constancia de nuestro hartazgo por una disputa inacabable que en el fondo versa más sobre el concepto de capitalidad, de protagonismo, que sobre el de identidad nacional? ¿A qué remoto rincón los enviaremos para que sigan discutiendo – con perdón – quién la tiene más larga, pero sin que los demás tengamos que soportar la mugre de tal disputa día a día? ¿Cómo les convenceremos de que en Huelva, en Murcia, en Avilés tenemos proyectos de sobra y gentes capacitadas y aun excelentes para desarrollarlos, y que la bronca continua de unos pocos, complementada por su codicia y egoísmo, no hace sino estorbar esos proyectos?

         Han pasado casi cuarenta años desde la muerte (¿?) del Nacional-Catolicismo y tengo la sensación de que la tan proclamada pluralidad regional ha dado sus frutos en Cataluña (seguramente por méritos propios, por el empeño mostrado en ello), probablemente también en el País Vasco, que ahora guarda ese prudente silencio expectante, pero no en el resto de regiones. Creo que el peso político de Galicia como territorio es bastante escaso, y desde luego constato que el de Andalucía va en acelerado retroceso, pues en estos momentos asistimos aquí al triste despertar de un dulce sueño que pudo ser pero que finalmente no cuajó. El resto de regiones mantienen – creo – un nivel de voz y decisión análogos a los del franquismo, correlativos a su influencia económica y por tanto alejados en todo caso del sentir del ciudadano común. En esa falta de presencia ha sido determinante, qué duda cabe, nuestra pasividad colectiva, y habremos de reflexionar sobre ello, pero también la actitud de unos políticos que marcharon a Madrid y dejaron de representar a sus jurisdicciones, si alguna vez lo pretendieron, para mimetizarse en la voz de la Carrera de San Jerónimo.

         Creo que es hora de decir dónde estamos, pues nosotros sí que lo sabemos. Es hora de alzar el cuello y cantar contra esta nueva estaca que nos amarra: “Si tiramos todos, ella caerá, y mucho tiempo no puede durar...”.

 

Luis Rivero García

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S
Muy bueno, Fernando.
F
No, Santiago. El artículo es de Luis.