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Prometeo Liberado

Blog de educación y de crítica social y política que busca luchar contra la estulticia y falta de sentido común instalados en nuestra sociedad.

Enseñar deleitando

La Escuela de Atenas. Rafael Sanzio de Urbino.

La Escuela de Atenas. Rafael Sanzio de Urbino.

     El de los profesores es un gremio sometido a grandes presiones por parte de la Administración. No importa si los males de que adolece el Sistema Educativo provienen de la sociedad, los padres, los alumnos o la propia Administración que, por falta de rigor y sentido común y exceso de negligencia y miedo al qué votarán, está resultando en muchas ocasiones un obstáculo para la enseñanza de calidad. Poco se puede hacer cuando los padres no quieren o no saben cumplir con su obligación, que consiste simplemente en marcar unos tiempos y unas pautas y en motivar a sus hijos, haciéndoles ver que el esfuerzo siempre acaba mereciendo la pena. Queremos enseñar pero luchamos contra una sociedad que, instalada aún en la cultura del pelotazo y del ascenso del mediocre, muestra que el esfuerzo es inútil, o chocamos contra una Administración que prefiere presionar a los profesores para que, independientemente del nivel de aprendizaje de los alumnos, repartan aprobados sin ton ni son, antes que enfrentarse a los padres/votantes. Echo de menos en Andalucía campañas publicitarias que, como sí he visto en Extremadura, digan a los padres: “Señores, los hijos son suyos y poco podemos hacer sin ustedes”. Aquí no, aquí se opta por presionar a los profesionales porque maquillar los resultados es considerado un mal menor.

      Este estado de las cosas lleva a los profesores a la desazón, pero, cuidado, no debemos meter a todos en el mismo saco, porque no hay mayor beneficio para los pescadores que el río revuelto. Me niego a que se me clasifique y juzgue igual que a compañeros que tienen una visión y unos intereses muy distintos a los míos desde el exclusivo punto de vista de la Enseñanza. Parece que si nuestras críticas van en la misma dirección, somos todos iguales; y de eso nada.

         Cuando entró en vigor la LOGSE, el discurso del Régimen promovía que el profesor fuera sólo un mediador del aprendizaje, uno más de la clase cuya misión fuera monitorizar las relaciones entre el alumno y su aprendizaje y otras sandeces provenientes de la más barata palabrería de pedagogos alejados de la realidad de la pizarra y la tiza.

       Eso produjo un rechazo visceral por parte de los profesores que, por cierto, parecíamos terribles sólo por el hecho de estar impartiendo clase en el extinguido BUP. Pero, repito, ni somos todos iguales ni queremos que se nos equipare. Hay cosas que sí están bien y no puede haber otro camino. Debemos hacer un análisis de la realidad para intentar cambiarla y sacar así lo máximo de nuestros alumnos, sean cuales sean las circunstancias. Y estamos obligados a enseñar deleitando, por supuesto, a atraer a los alumnos hacia nuestra materia y hacia nosotros mismos, a llenar el espacio de la clase con nuestra sola presencia y a hacer que éstos disfruten de un rato agradable e instructivo. Esto es lo ideal, pero a veces uno choca con la realidad. La calidad de la clase que des depende de muchos factores: de tus condiciones físicas y psicológicas en cada momento, del estrés que arrastres, de tus ganas, que no son siempre las mismas, del asunto que estés viendo, de la hora del día y del día de la semana y, por supuesto, de los alumnos con los que tienes que lidiar. Hay, por tanto, momentos que te hacen tocar el Olimpo y otros que te queman en el profundo Érebo.

       Es un recurso fácil; quejarte y quejarte de los alumnos para justificar tus propias limitaciones significa eludir tu responsabilidad como profesional. Pero, no nos equivoquemos, que en los colegios y en los institutos todos sabemos quién es cada cual y qué se puede esperar de cada uno. No es la tónica general aunque pesquen en río revuelto. Lo que yo veo y he visto en todos los institutos donde he estado es una mayoría de profesores comprometidos, motivados y con ganas de trabajar, de llegar a los alumnos con la mejor herramienta de que disponemos: la empatía. Ése ha sido desde que empecé el motor de mi trabajo, la única forma correcta. Ser cercano, conocer a tus alumnos y concederles su cuarto de hora de gloria, convertir tus clases en algo ameno, divertido o interesante, hacerles sentir que estarás ahí cuando te necesiten; tratarlos, en definitiva, como a personas importantes es el único camino válido que yo conozco.

      Imaginaos un teatro abarrotado por un público más o menos obligado a estar. ¡Qué menos que representar una obra que merezca el tiempo invertido! Siempre he pensado que un profesor dentro de su clase debe tener algo de intelectual, otro tanto de relaciones públicas, para poder transmitir aquello que llevas dentro, y un mucho de actor, lo que te hará tener a tus alumnos pendientes y expectantes. Esto, unido a grandes dosis de humanidad, propiciará esa imprescindible comunión entre el alumno y el profesor. Aunque sé bien que el mango de la sartén es mío, no me gusta utilizar esa posición dominante para imponerme. No lo necesito. Prefiero mil veces que el estudiante tema mi decepción a mi castigo. Lo segundo no sirve para nada. En cualquier caso, todos tenemos claro en clase que il capo sono io.

      Siempre encontrarás alumnos a los que nada de aquello que digas o hagas les interese, que están ahí porque en algún lado hay que estar y todo lo que tenga que ver con el instituto y el trabajo les produce urticaria, pero la inmensa mayoría son receptivos cuando se les ofrece un rato agradable. Es duro estar sentado en una silla seis horas al día si es un tostón lo que te espera, más aún cuando tu vitalidad es muy superior a la de tus profesores.

     Igual que en música o en poesía, el ritmo que se imprima a las clases es fundamental, porque la falta del mismo es el alimento del tedio. Detesto cuando un alumno le pregunta la hora a otro y me encanta la expresión “¿Ya?” cuando toca el timbre final.

Fernando Rivero García

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A
A mí me hace feliz ese "¿Ya...?" cuando toca el timbre. Y sucede con frecuencia por fortuna para mi equilibrio y mi retroalimentación. Pero me hace mucho más feliz aun encontrar la "puerta", que suele ser individual, para que te secunden, porque hayan terminado por aceptar que, sea cual sea la vida que a cada uno nos espere, más vale afrontarla con una una coraza de conocimientos y valores. Esa puerta imaginaria es que asuman que tus "exigencias" son la expresión más pura de una preocupación por ellos, puro afecto. Si lo asumen, está todo hecho casi siempre, porque acabarán devolviendote el afecto. Respondiendo a tu esfuerzo con el suyo. ¡Más o menos!
A
¡Al fin encuentro sensatez y sentido común!
F
Muchas gracias, Antonio. Sobre todo por ser vos quien sois. Yo creo que sí hay sentido común, pero quien lo tiene no suele tener voz para expresarlo.