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Prometeo Liberado

Blog de educación y de crítica social y política que busca luchar contra la estulticia y falta de sentido común instalados en nuestra sociedad.

15-M. Dos años después

15-M. Dos años después

He hecho este vídeo como homenaje a este Movimiento. ¿Veis lo actuales que pueden ser las canciones de los Beatles?

           Coincidiendo con el segundo aniversario de su nacimiento, el movimiento 15-M ha convocado manifestaciones en muchos lugares de España. Me ha sorprendido que, habiendo aumentado considerablemente los problemas y el sufrimiento de muchas personas, haya habido tan poca afluencia en Sevilla, mucha menos gente que hace dos años o el mismo día en Madrid. Habrán gastado sus energías contra Wert.

         Ha habido muchos detalles que me han gustado: el ambiente festivo al tiempo que reivindicativo, la frescura que sigue identificándolo, la ausencia de chabacanería y violencia, su espíritu creativo y optimista y sus frases.

      Nunca me he implicado en las manifestaciones, jamás he coreado frases inventadas por otros y repetidas al unísono por el colectivo. Más que como crítica, lo planteo como una autocrítica, un defecto que tengo, pero creo que voy a seguir yendo sólo para hacer bulto. No me entusiasma la frase de moda “sí se puede”, y no por su significado, que comparto, sino porque fue el lema de campaña de Obama, el jefe del mundo libre. Pero el 15-M, sin complejos, ha rescatado de la memoria expresiones hasta hace poco obsoletas y ahora de aplastante actualidad. Una de ellas es “el pueblo unido jamás será vencido”, que evoca esas manifestaciones de los años setenta, cuando el pueblo era pueblo y no conjunto de la ciudadanía, cuando teníamos unos anhelos sociales, unos sueños por los que luchar –no intereses generales, proclamados como tales según la conveniencia de los políticos-, cuando vivíamos inocentes la primavera de una democracia que aún no sabíamos que tenía más de falaz que de real. Me recuerda a Quilapayún, a Olga Manzano y Manuel Picón, una España que venía de la tristeza, el silencio y el gris monolítico y parecía entonces que iba a reventar de ilusión y de color. Los míos son los recuerdos de un niño de diez o doce años que vio luego cómo muchos de los que habían coreado ese lema gastaban traje de chaqueta y te hablaban de no sé qué pragmatismo, eso sí, recordándote interesadamente que ellos habían corrido delante de los grises, con lo que creían tener bula papal para su nuevo conservadurismo socialdemócrata.

    Otro de los lemas que me ha encantado es “no nos representan”. Ahí reside el meollo del asunto, el quid de la cuestión: ésta es una monarquía parlamentaria, un sistema representativo en el que un cada vez más amplio sector de la población no se siente representado por los autodenominados representantes. Éstos lo saben, pero tendrían mucho que perder si hicieran algo al respecto.

         Hace dos años vencí mi inicial reticencia hacia el movimiento después de la primera concentración a la que acudí. Me quedé maravillado ante aquel espectáculo del pueblo despertando de su letargo, armados sólo con sus pancartas y sus voces, su razón, demostrando a los políticos que el juego inmoral de la tontocracia (hacer que el pueblo adocenado se crea libre) había sido en vano, reclamando lo que por derecho les pertenecía: el futuro. Para mí fue algo mágico que me hizo recobrar la esperanza perdida, como si hubiéramos estado viviendo en diferentes cuevas maldiciendo nuestra soledad y, de repente, como si de una epifanía se tratase, hubiésemos decidido todos salir a la calle para comprobar que no estábamos solos y que el sol brillaba.

         Sí, ellos habían puesto altavoz a mis ideas, gritando lo que yo llevaba años proclamando cada vez más en silencio, más hacia dentro, más para nadie: que un sistema basado en la estupidez como éste no nos sirve, que el poder es poder independientemente del disfraz que lo enmascare, y peor aún si no sabemos reconocerlo, que el verdadero Poder –ese demon supremo- nada tiene que ver con las urnas ni es una cara reconocible. Ellos, que venían de distintas tendencias pero eran yo mismo, tenían algo en común: estaban hartos de un sistema embrutecedor cuyas herramientas de convicción y manipulación dulcificaban y aun escondían el genocidio intelectual que los otros  llevaban años perpetrando. Hemos necesitado la bofetada de la crisis para la catarsis. Sea. No ha habido época de bonanza en la que el ser humano haya sentido necesidad de cambios, como es lógico. Se podrá argumentar que en otros países están peor, que por lo menos aquí ahora tenemos la posibilidad legal de expresarnos, que esto no es ni China ni Cuba ni Marruecos. Allí no pueden expresarse porque hay represión; aquí no la hay, pero la gente no se expresa porque previamente se les ha matado (o comprado) tal anhelo. En cualquier caso, argüir que en otros sitios están peor, que hay sistemas más aberrantes (lo cual es cierto) para no querer cambiar las cosas denota una clara y total falta de imaginación.

         He sabido después que personas dignas de mi admiración, como Agustín García Calvo o José Luis Sampedro, apoyaban sin recelos este movimiento, lo que me hace pensar que no me he equivocado. Lo mejor para mí es que no aspiran al poder, aunque ha habido escarceos por parte de partidos políticos para arrimar el ascua a su sardina, que no quieren convertirse en partido para ser más de lo mismo, que han dicho de aquí no nos movemos hasta que se nos escuche. He oído criticar este hecho a gente afín. Argumentan que si no tienen aspiraciones dentro del sistema poco podrán hacer. Por mi parte, sin embargo, creo que el día en que el 15-M se constituya en partido político formal habrá muerto, porque habrá perdido su razón de ser, que es precisamente poner el dedo en la llaga. Leo ahora que ha perdido fuelle por no tener una cabeza visible, una bandera a la que seguir. Quien lo ha escrito no comprende en absoluto la filosofía del 15-M, que es un colectivo formado por personas individuales, cada una con su propia voz y forma de ver el mundo. Languidece, dicen, pero se ha convertido en el elemento vertebrador que aglutina las distintas mareas que inundan el país. También está bien así. Y si al final muere huérfano de voces que lo sustenten, habrá sido cuando menos un bonito sueño, la huella de una generación que no quiso morir antes de haber nacido.

Fernando Rivero

 

         Coincidiendo con el segundo aniversario de su nacimiento, el movimiento 15-M ha convocado manifestaciones en muchos lugares de España. Me ha sorprendido que, habiendo aumentado considerablemente los problemas y el sufrimiento de muchas personas, haya habido tan poca afluencia en Sevilla, mucha menos gente que hace dos años o el mismo día en Madrid. Habrán gastado sus energías contra Wert.

         Ha habido muchos detalles que me han gustado: el ambiente festivo al tiempo que reivindicativo, la frescura que sigue identificándolo, la ausencia de chabacanería y violencia, su espíritu creativo y optimista y sus frases.

         Nunca me he  implicado en las manifestaciones, jamás he coreado frases inventadas por otros y repetidas al unísono por el colectivo. Más que como crítica, lo planteo como una autocrítica, un defecto que tengo, pero creo que voy a seguir yendo sólo para hacer bulto. No me entusiasma la frase de moda “sí se puede”, y no por su significado, que comparto, sino porque fue el lema de campaña de Obama, el jefe del mundo libre. Pero el 15-M, sin complejos, ha rescatado de la memoria expresiones hasta hace poco obsoletas y ahora de aplastante actualidad. Una de ellas es “el pueblo unido jamás será vencido”, que evoca esas manifestaciones de los años setenta, cuando el pueblo era pueblo y no conjunto de la ciudadanía, cuando teníamos unos anhelos sociales, unos sueños por los que luchar –no intereses generales, proclamados como tales según la conveniencia de los políticos-, cuando vivíamos inocentes la primavera de una democracia que aún no sabíamos que tenía más de falaz que de real. Me recuerda a Quilapayún, a Olga Manzano y Manuel Picón, una España que venía de la tristeza, el silencio y el gris monolítico y parecía entonces que iba a reventar de ilusión y de color. Los míos son los recuerdos de un niño de diez o doce años que vio luego cómo muchos de los que habían coreado ese lema gastaban traje de chaqueta y te hablaban de no sé qué pragmatismo, eso sí, recordándote interesadamente que ellos habían corrido delante de los grises, con lo que creían tener bula papal para su nuevo conservadurismo socialdemócrata.

         Otro de los lemas que me ha encantado es “no nos representan”. Ahí reside el meollo del asunto, el quid de la cuestión: ésta es una monarquía parlamentaria, un sistema representativo en el que un cada vez más amplio sector de la población no se siente representado por los autodenominados representantes. Éstos lo saben, pero tendrían mucho que perder si hicieran algo al respecto.

         Hace dos años vencí mi inicial reticencia hacia el movimiento después de la primera concentración a la que acudí. Me quedé maravillado ante aquel espectáculo del pueblo despertando de su letargo, armados sólo con sus pancartas y sus voces, su razón., demostrando a los políticos que el juego inmoral de la tontocracia (hacer que el pueblo adocenado se crea libre) había sido en vano, reclamando lo que por derecho les pertenecía: el futuro. Para mí fue algo mágico que me hizo recobrar la esperanza perdida, como si hubiéramos estado viviendo en diferentes cuevas maldiciendo nuestra soledad y, de repente, como si de una epifanía se tratase, hubiésemos decidido todos salir a la calle para comprobar que no estábamos solos y que el sol brillaba.

         Sí, ellos habían puesto altavoz a mis ideas, gritando lo que yo llevaba años proclamando cada vez más en silencio, más hacia dentro, más para nadie: que un sistema basado en la estupidez como éste no nos sirve, que el poder es poder independientemente del disfraz que lo enmascare, y peor aún si no sabemos reconocerlo, que el verdadero Poder –ese demon supremo- nada tiene que ver con las urnas ni es una cara reconocible. Ellos, que venían de distintas tendencias pero eran yo mismo, tenían algo en común: estaban hartos de un sistema embrutecedor cuyas herramientas de convicción y manipulación dulcificaban y aun escondían el genocidio intelectual que llevaban años perpetrando. Hemos necesitado la bofetada de la crisis para la catarsis. Sea. No ha habido época de bonanza en la que el ser humano haya sentido necesidad de cambios, como es lógico. Se podrá argumentar que en otros países están peor, que por lo menos aquí ahora tenemos la posibilidad legal de expresarnos, que esto no es ni China ni Cuba ni Marruecos. Allí no pueden expresarse porque hay represión; aquí no la hay, pero la gente no se expresa porque previamente se les ha matado (o comprado) tal anhelo. En cualquier caso, argüir que en otros sitios están peor, que hay sistemas más aberrantes (lo cual es cierto) para no querer cambiar las cosas denota una clara y total falta de imaginación.

         He sabido después que personas dignas de admiración, como Agustín García Calvo o José Luis Sampedro, apoyaban sin recelos este movimiento, lo que me hace pensar que no me he equivocado. Lo mejor para mí es que no aspiran al poder, aunque ha habido escarceos por parte de partidos políticos para arrimar el ascua a su sardina, que no quieren convertirse en partido para ser más de lo mismo, que han dicho de aquí no me muevo hasta que se me escuche. He oído criticar este hecho a gente afín. Argumentan que si no se convierten en partido poco podrán hacer. Por mi parte, sin embargo, el día en que el 15-M se constituya como partido político formal habrá muerto, porque habrá perdido su razón de ser, que es precisamente poner el dedo en la llaga. Leo ahora que ha perdido fuelle por no tener una cabeza visible, una bandera a la que seguir. Quien lo ha escrito no comprende en absoluto la filosofía del 15-M, que es un colectivo formado por personas individuales, cada una con su propia voz y forma de ver el mundo. Languidece, dicen, pero se ha convertido en el elemento vertebrador que aglutina las distintas mareas que inundan el país. También está bien así. Y si al final muere huérfano de voces que lo sustenten, habrá sido cuando menos un bonito sueño, la huella de una generación que no quiso morir antes de haber nacido.

Fernando Rivero

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L
Muy bien planteado. Comparto todo lo que dices. El movimiento puede tener altibajos, y eso también da miedo por ahí Arriba: saben que las bajadas pueden no ser definitivas, y que eso está ahí, oculto pero latiendo.
L
Muy bueno, Fernando.<br /> Ya hay mucha gente tratando de demonizar este movimiento y eso es porque les tienen miedo y porque se niegan a entender que haya vida más allé de los partidos.<br /> Merecen ser apoyados.
F
El 15-M produce el miedo del que no puede ser comprado
S
Muy bueno
M
Muy buen artículo Fernando, estoy al %X% contigo.<br /> Saludos.