7 Junio 2013
Dedicado a mi padre y a mi abuela Ana
La Monarquía se ha modernizado. Bien por propio convencimiento, bien por la enseñanza histórica de lo que le ocurrió a su abuelo por apostar por las oligarquías, Juan Carlos decidió acercar la institución al pueblo y vivir con la modestia y humildad que su rango permitía. El príncipe y las infantas fueron educados sin grandes ostentaciones –creo que cursaron sus estudios superiores en instituciones públicas- y se casaron, con mayor o menor fortuna, con quien el cuerpo, y no el Consejo de Estado ni el de Ministros, les pedía. Otro gesto de llaneza y sencillez. Pero, me pregunto, ¿un príncipe (que significa principal) puede casarse con cualquiera? Si lo miramos desde el punto de vista de la Monarquía y las ideas en las que se basa, creo que no. Puede parecer un pensamiento retrógrado, pero el hecho no soporta el análisis más superficial. Por supuesto, prefiero a Letizia Ortiz antes que a cualquier princesa que ostenta más títulos heredados que los conseguidos por su propia formación, pero si Juan Carlos y su descendencia han de representar al Estado desde su más alta instancia porque es una familia especial, cuya distinción viene directamente de Dios o cualquier otra fuerza abstracta, no debe entrar en la familia nadie que no venga de ésa u otra genealogía de gente también especial. Menos todavía quien ha de parir al nuevo regente. Más que esta idea, lo que es realmente retrógrado y arcaico es la Monarquía en sí misma y aquellos postulados en los que se basa para perpetuarse.
Llegó Juan Carlos al trono y los hechos de su reinado están ahí para ser juzgados, ¿pero, quién nos dice que Felipe va a ser un buen rey, una buena reina Leonor, o los descendientes de ésta? Ejemplos claros de lo que digo son Felipe II y Carlos III y sus respectivas descendencias. Ésta no es una crítica contra la monarquía española sino, más bien, contra las ideas que sustentan este régimen.
Pienso, en cualquier caso, que el papel secundario que se arrogó Juan Carlos ha sido cumplido a la perfección y que en la imagen positiva que este país haya podido proyectar hacia el exterior él ha tenido mucho que ver.
Tampoco me parece negativo su papel como árbitro y mediador en la disputa política. ¿Queremos República? De acuerdo, pero no se nos olvide que el Jefe del Estado será entonces un miembro del PSOE o del PP, previsiblemente del mismo partido que el Presidente del Gobierno, con lo que presumo que la balanza se inclinará hacia su partido, del mismo modo que va el ascua a la sardina.
No creo en la Monarquía por lo que tiene de clasista e irracional, porque es difícil explicar a estas alturas que la valía personal tiene que ver con la cuna, pero sí creo en Juan Carlos y me gustaría en estas sus horas de otoño romper una lanza a su favor. En este país nos encanta hacer leña del árbol caído y al Rey más de uno lo estaba esperando: la izquierda que anhela la vuelta de una República soñada, el niño que se fue en plena primavera antes de haber podido demostrar su valía. Pero la República que añoramos era el contrapunto a un régimen, el de Alfonso XIII, que nada tiene que ver con el de su nieto; la derecha más conservadora, que jamás ha perdonado su gran traición a aquel que juró un Movimiento y se movió luego para otro lado.
Todo esto, unido a que el nuestro se ha convertido en el miserable país del todo-vale, ha significado que cualquier pelagatos, cualquier necio, pueda hablar de Juan Carlos sin el menor miramiento ni respeto, haciéndolo objeto de escarnio.
Un país no sólo demuestra su grandeza siendo grande, sino sabiendo reconocer a quien lo hizo –no hace tanto que dejamos morir a Celaya en la miseria-. Ahora le toca al Rey sufrir el cainismo furibundo. ¿Por qué yo, un no monárquico defiendo su gestión y su reinado? Porque han sido buenos. Debemos ver los hechos con perspectiva histórica. Me da igual si Juan Carlos quiso traer la democracia en vez de perpetuar el régimen anterior porque creía en eso o porque no le quedaba otra; lo que juzgo, aquello por lo que en España debemos estarle agradecidos, es por lo que realmente hizo, el camino que emprendió haciendo renacer este sufrido país. ¿Es Juan Carlos, me pregunto, responsable del actual descrédito de la clase política? Tendrá su parte, sobre todo en lo que afecta a su familia. También él está metiendo la pata, y eso me hace pensar que, buscando ya los ochenta, es momento de pasar a un segundo plano. Pero parecemos haber olvidado todos los logros de este país, con indudables sombras, y a Juan Carlos como uno de los motores principales de los cambios. Si esta sociedad quiere seguir por tal camino, recuerde antes si le debe algo o no, aunque no debe haber cheques en blanco. Por mi parte, tengo muy claro que su reinado ha sido el mejor de la historia, aunque analizando los hechos de otros reyes, eso tampoco sea decir mucho.
Fernando Rivero
Dedicado a mi padre y a mi abuela Ana
La Monarquía se ha modernizado. Bien por propio convencimiento, bien por la enseñanza histórica de lo que le ocurrió a su abuelo por apostar por las oligarquías, Juan Carlos decidió acercar la institución al pueblo y vivir con la modestia y humildad que su rango permitía. El príncipe y las infantas fueron educados sin grandes ostentaciones –creo que cursaron sus estudios superiores en instituciones públicas- y se casaron, con mayor o menor fortuna, con quien el cuerpo, y no el Consejo de Estado ni el de Ministros, les pedía. Otro gesto de llaneza y sencillez. Pero, me pregunto, ¿un príncipe (que significa principal) puede casarse con cualquiera? Si lo miramos desde el punto de vista de la Monarquía y las ideas en las que se basa, creo que no. Puede parecer un punto de vista retrógrado, pero el hecho no soporta el análisis más superficial. Por supuesto, prefiero a Letizia Ortiz antes que a cualquier princesa que ostenta más títulos heredados que los conseguidos por su propia formación, pero si Juan Carlos y su descendencia han de representar al Estado desde su más alta instancia porque es una familia especial, cuya distinción viene directamente de Dios o cualquier otra fuerza abstracta, no debe entrar en la familia nadie que no venga de ésa u otra genealogía de gente también especial. Menos todavía quien ha de parir al nuevo regente. Más que esta idea, lo que es realmente retrógrado y arcaico es la Monarquía en sí misma y aquellos postulados en los que se basa para perpetuarse.
Llegó Juan Carlos al trono y los hechos de su reinado están ahí para ser juzgados, ¿pero, quién nos dice que Felipe va a ser un buen rey, una buena reina Leonor, o los descendientes de ésta? Ejemplos claros de lo que digo son Felipe II y Carlos III y sus respectivas descendencias. Ésta no es una crítica contra la monarquía española sino, más bien, contra las ideas que sustentan este régimen.
Pienso, en cualquier caso, que el papel secundario que se arrogó Juan Carlos ha sido cumplido a la perfección y que en la imagen positiva que este país haya podido proyectar hacia el exterior él ha tenido mucho que ver.
Tampoco me parece negativo su papel como árbitro y mediador en la disputa política. ¿Queremos República? De acuerdo, pero no se nos olvide que el Jefe del Estado será entonces un miembro del PSOE o del PP, previsiblemente del mismo partido que el Presidente del Gobierno, con lo que presumo que la balanza se inclinará hacia su partido, del mismo modo que va el ascua a la sardina.
No creo en la Monarquía por lo que tiene de clasista e irracional, porque es difícil explicar a estas alturas que la valía personal tiene que ver con la cuna, pero sí creo en Juan Carlos y me gustaría en estas sus horas de otoño romper una lanza a su favor. En este país nos encanta hacer leña del árbol caído y al Rey más de uno lo estaba esperando: la izquierda que anhela la vuelta de una República soñada, el niño que se fue en plena primavera antes de haber podido demostrar su valía. Pero la República que añoramos era el contrapunto a un régimen, el de Alfonso XIII, que nada tiene que ver con el de su nieto; la derecha más conservadora, que jamás ha perdonado su gran traición a aquel que juró un Movimiento y se movió luego para otro lado.
Todo esto, unido a que el nuestro se ha convertido en el miserable país del todo-vale, ha significado que cualquier pelagatos, cualquier necio, pueda hablar de Juan Carlos sin el menor miramiento ni respeto, haciéndolo objeto de escarnio.
Un país no sólo demuestra su grandeza siendo grande, sino sabiendo reconocer a quien lo hizo –no hace tanto que dejamos morir a Celaya en la miseria-. Ahora le toca al Rey sufrir el cainismo furibundo. ¿Por qué yo, un no monárquico defiendo su gestión y su reinado? Porque han sido buenos. Debemos ver los hechos con perspectiva histórica. Me da igual si Juan Carlos quiso traer la democracia en vez de perpetuar el régimen anterior porque creía en eso o porque no le quedaba otra; lo que juzgo, aquello por lo que en España debemos estarle agradecidos, es por lo que realmente hizo, el camino que emprendió haciendo renacer este sufrido país. ¿Es Juan Carlos, me pregunto, responsable del actual descrédito de la clase política? Tendrá su parte, sobre todo en lo que afecta a su familia. También él está metiendo la pata, y eso me hace pensar que, buscando ya los ochenta, es momento de pasar a un segundo plano. Pero parecemos haber olvidado todos los logros de este país, con indudables sombras, y a Juan Carlos como uno de los motores principales de los cambios. Si esta sociedad quiere seguir por tal camino, recuerde antes si le debe algo o no, aunque no debe haber cheques en blanco. Por mi parte, tengo muy claro que su reinado ha sido el mejor de la historia, aunque analizando los hechos de otros reyes, eso tampoco sea decir mucho.
Fernando Rivero