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Prometeo Liberado

Blog de educación y de crítica social y política que busca luchar contra la estulticia y falta de sentido común instalados en nuestra sociedad.

Reencuentro con la Hélade

Sicilia
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     Cuando escribía “De Prometeo a la Guerra de Troya” trataba de imaginarme los lugares en los que transcurría cada historia: sus olores, colores y sabores. No resultaba difícil, pues bien sabía yo que no difieren tanto las características helenas de las de nuestra tierra. Recuerdo que en el diario de a bordo de aquella gran aventura que fue el viaje a Grecia de 1989 –José María, Plácido yo buscando nuestra Ítaca-, el primero escribió que aquellos lugares eran tan parecidos a España que uno debía rememorar y pensar en los antiguos mitos para sentir esa extrañeza imprescindible en cualquier viaje. Tres amigos en un coche, sin mucho dinero y todo el Mediterráneo por delante: una experiencia que todos deberíamos tener alguna vez.

     No teníamos rumbo fijo y cada noche decidíamos adónde iríamos el día siguiente, errabundos cual grávida Leto[i], sabiendo que no es el destino, sino el camino, lo que importa; las Ítacas ya las llevábamos en el corazón. Fue tan emocionante recorrer las colinas de Delfos, donde Apolo vaticinaba a través de su Pitia y un día había acabado con la Serpiente Pitón[ii], ver el ónfalo y el hogar de las Musas; beber en la Acrópolis de Atenas el agua salada de la fuente que Posidón[iii] un día creara de un tridentazo cuando le disputaba aquellas tierras a Atenea; ver tantos vestigios de nuestra historia; atravesar el istmo de Corinto con miedo a ser asaltados por Escirón[iv], Cerión[v], Sinis[vi] o Procrustes[vii] –menos mal que Teseo había acabado con todos ellos-; pisar Mecenas, la tierra donde Clitemnestra un día asesinara al vil Agamenón[viii], y Esparta, donde la hermana de ésta, Hélena[ix], había abandonado al hermano del otro, el Átrida Menelao…; la olímpica Olimpia.

     No éramos nadie, pero nos sentíamos parte de la historia de Homero.

       Veinte años después, hace cinco, volví con mi familia por aquellas tierras, aquellos mares más bien, que el viaje transcurrió por los dominios de Posidón y de Nereo, hasta la lejana Rodas, buscando noticia de Altémenes y Apemósine[x], que habían huido de Creta para evitar un vaticinio según el cual habrían de matar a su padre, Catreo, el bondadoso hijo de Minos, y nieto, por tanto, de Europa. Pero no, Altémenes, nada puede entorpecer la voluntad de Febo cuando el oráculo habla.

      Pero el influjo de la Hélade era mayor: los confines de las dos orillas del gran mar, y más, que tierra adentro y en oriente, allá donde Helios[xi] habita, también hay bellísimas historias. Así pues, este año ha tocado Trinacria, la isla donde Helios, el Sol, criaba a sus bueyes sagrados[xii]. También se la llama La Magna Grecia, o más llanamente, Sicilia.

      Ha sido un viaje emocionante para los cuatro, pues la belleza afloraba allá donde íbamos, Sicilia puro sedimento de culturas donde cohabitan en buen estado y perfecta armonía Grecia y Roma con la cultura árabe y el arte bizantino, el normando con el barroco español de Carlos y los Felipes y el neoclásico. Pero no sólo eso atrae, que al paladar también hay que darle gusto, si bien, demasiado volcados con el turismo, abusan de las pizzas. Y qué decir de las mil tonalidades de azul que el mar regala.

        La parte occidental es más decadente, pero estoy seguro de que un día aprenderán que las fachadas también se enfoscan –una manita, quillo, que no le va a hacer daño-, una decadencia que, sin embargo, como en Lisboa, resulta atractiva. En el centro de Palermo podéis ver la decrepitud y, al mismo tiempo, impresionantes palacios, iglesias y antiguos templos. Lo que más nos gustó fue, sin duda, Quattro Canti, o Piazza Vigliena, la Fontana Pretoria y la Martorana, o Chiesa Santa Maria dell’Ammiraglio. Verla mientras sonaba el Ave María de Schubert –se celebraba una boda de postín- fue la apoteosis.

      Volvían los argonautas de la lejana Cólquide, allende el Mar Negro, y, habiendo perdido el rumbo, como luego Odiseo, pasaron cerca de donde habitan las temibles Sirenas[xiii]. Cantó Orfeo para contrarrestar la hermosura de las voces de aquéllas y nadie sucumbió a sus encantos; excepto Butes, que no pudo sino echarse en brazos de Posidón y nadar hacia la letal orilla. Pero arribando ya a mal puerto, llegó Afrodita y, llena de amor, se lo llevó hacia la montaña. De esa pasión nació Érix, que fundó allí un pueblo con su nombre, uno de los lugares más bellos que hemos visitado. Érice, que mira altivo a Trapani y de reojo vigila al Etna. Aunque consagrado a Venus Ericina, es un pueblo con muchos restos árabes, como toda la costa oeste.

       Sin embargo, pocas cosas son comparables a la sureña Agrigento, el Valle de los Templos, varias colinas repletas de vestigios griegos bien conservados, fundamentalmente cinco templos consagrados a Juno, a la Concordia, a Hércules, a Júpiter y a Cástor y Pólux, los Dioscuros. Entendí el consejo de ir al atardecer cuando la iluminación resaltó la esbeltez y excelsitud de cada templo. El de Júpiter yacía, sin embargo, por el suelo, víctima de algún antiguo terremoto. Majestuosos eran, eso sí, los Telamones que con él yacían.

     Atrás tampoco se queda Selinunte, también en el sur, pero lo hemos visto a horas de excesivo calor. Cefalú, al norte, y Enna y Calascibetta, en el centro de la isla, también son lugares de parada obligada. A mí, sin embargo, por aquello de la Mitología, me ha gustado más la estancia en el este, la griega, dominio del Etna, monte donde yace enterrado el gigante Tifón[xiv] (o Encélado, según la leyenda) y cuando se mueve para cambiar de postura y aliviarse así de tamaño peso, vomita fuego. Los lugareños temen que intente ponerse en pie, porque entonces están listos. Placer para los sentidos es la turística Taormina.

     Enamorado, como Polifemo, de la ninfa Galatea, Acis, hijo de Fauno y la ninfa Simetis, no soportó más los ataques del cíclope burdo y, temeroso de ser aplastado por una roca, se convirtió en río al pie del Etna. Antes había fundado siete pueblos, en uno de los cuales, Acicastello, nos quedábamos. Lo más reseñable de éste es un castillo normando con forma de barco asentado sobre una gran roca. Ha sido muy emocionante ver en el vecino Acitrezza las piedras que contra Odiseo lanzó el cegado Polifemo[xv], puntiagudos islotes que si llegan a alcanzar los barcos, los despanzurran.

      También es muy recomendable visitar Catania, Siracusa y Noto, ésta última está junto al parque natural de Vendicari, que tiene preciosas calas, como Calamosche, a la que quizá sobraran veinte o treinta mil personas cuando estuvimos.

       Aretusa[xvi], náyade del séquito de Ártemis, se bañó en el Alfeo. El dios de este río se enamoró hasta la médula y la persiguió hasta la isla de Ortigia, al final de Siracusa. Ella fue transformada en fuente para evitarlo, pero él entremezcló sus aguas con la de aquélla para así poder estar eternamente unido a ella.

      No lejos de allí, el primogénito hijo de Crono, Hades, el dios del Érebo, había secuestrado a Perséfone[xvii], la hija de sus hermanos Zeus y Deméter. Una ninfa se interpuso en su camino, pero fue apartada violentamente por el tétrico carro. Abatida e impotente, Cíane se deshizo en lágrimas y acabó siendo fuente.

     ¡Cómo no extasiarme rodeado de tantas historias, rememorando leyendas que yo mismo había contado! ¡Cómo no tan cerca de Messina, donde tantos barcos habían sucumbido bajo las garras de la monstruosa Escila y dentro de la garganta de la voraz Caribdis[xviii]!

     ¿Y qué hay de las playas?, preguntaréis, ¿qué de los coches? El mar es una amalgama de azules intensos y la costa es abrupta y rocosa. Las pocas playas que hay –privadas muchas- pueden ser de arena o de guijarros. A mí me ha encantado bañarme en Acicastello, arena sustituida por lava, un híbrido entre el mar y mis gargantas: apoyado en rocas negras y bañándome en aguas cristalinas, pero éstas, cálidas y saladas. Por el tráfico no hay que preocuparse; sólo debéis cambiar vuestro concepto: la prioridad la tiene el primero que mete el morro -que mucho tienen-, haya mirado antes o no, fundamentalmente si tiene un ceda el paso, un stop o un semáforo en rojo. Son también muy creativos a la hora de adelantar y lo harán por donde menos lo esperéis, con más placer si viene una curva u otro coche de frente. Oigo críticas infundadas acerca de las señalizaciones de las carreteras y ciudades. Ellos son conscientes de la tierra tan bella que tienen y disfrutan perdiéndote, para que así puedas conocer otros lugares.

     Ha pasado poco tiempo desde nuestro regreso, pero estoy seguro de que cuando pueda pensar en este viaje con perspectiva, se convertirá en uno de esos momentos importantes de mi vida, sobre todo por las personas con las que lo he hecho, Reme y los niños. Y a ti, lector, si vas a La Magna Grecia, te aseguro que acabarás metiéndola en el saco de las cosas importantes.

Fernando Rivero García

 

[i] Ver “De Prometeo a la Guerra de Troya”, Parto de Leto.

[ii]  Ibid, Apolo y la Pitón.

[iii]  Ibid, Posidón.

[iv]  Ibid, Escirón.

[v]  Ibid, Cerión.

[vi] Ibid, Sinis.

[vii] Ibid, Procruste.

[viii] Ibid, La venganza de Orestes.

[ix] Ibid, Hélena y Paris.

[x] Ibid, Catreo y sus hijos.

[xi] Ibid, Faetonte.

[xii] Ibid, El regreso.

[xiii] Ibid, En busca del Vellocino de Oro y El regreso.

[xiv] Ibid, Gigantomaquia.

[xv] Ibid, El regreso.

[xvi]  Ibid, Faón.

[xvii] Ibid, El rapto de Perséfone.

[xviii] Ibid, Escila y Caribdis.

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Efectivamente, estuvimos hace 3 años en la semana de feria y se quedó en el saco de mis mejores recuerdos