5 Octubre 2012
Un año ya he vivido sin tu aliento,
tiempo triste de duelo y de pesar
que sobre mí se cierne espeso y lento.
Temo que sólo queda recordar,
dejar que a su albedrío mi memoria
navegue por tu vida y al azar
los pétalos deshoje de tu historia
y la ilumine, anhelos y añoranzas,
para sentirte aquí, ansia ilusoria.
Mas no seré quien narre tus andanzas
-aquello lo hizo ya la experta mano
con cuya voz filial tu cielo alcanzas-:
traer al verso quiero al ser humano,
mostrar al universo la grandeza
del hombre, padre, hijo, esposo, hermano,
pues ver supimos todos la nobleza
del alma generosa que sabía
que amar es el camino a la belleza.
Por ello te impusiste como guía,
siguiendo las palabras de Machado,
la consciente bondad, la bonhomía,
honor sin grandes voces proclamado,
amor que llameaba en tu mirada,
pudor para ser astro venerado.
Eras higuera recia enamorada
del barro, de la tierra crepitante
-profundo la raíz su seno horada-;
árbol que daba sombra al caminante,
olor, cobijo y fruto en el estío,
que no quiso ser grande y fue gigante.
Eras trémula gota de rocío,
furor de viento en los otoños rojos,
prado apacible, torrentoso río.
Jamás te vi sumiso ni de hinojos,
mitad mirada estoica, mitad brava:
rugiente mar en calma de tus ojos.
Tu boca de agua fresca dibujaba
la risa de tu humor inteligente,
la comisura escéptica que daba
a tu rostro ese aspecto disidente,
huraño como águila en el cielo,
entrañable baluarte de tu gente.
Aquella noche aciaga alzaste el vuelo,
maldita noche huérfana de luna,
de dicha, de razón y de consuelo:
odio la veleidad de la Fortuna
que a Tánatos llamó sin anunciarte
tu viaje sin regreso a la Laguna
y a los Elíseos Campos, donde parte
tu alma heroica y sabia, cuyo hilo
sesgó la vieja Parca para amarte.
Quiero tenerte cerca y no vacilo
en buscarte en las brumas de la noche,
inquieta el alma, el corazón tranquilo,
que no puedo vivir sin tu derroche
de sencillez, amor e inteligencia,
tu espíritu sin odio ni reproche.
Tu docto magisterio fue la herencia
más preciada, la única que quiero,
la que tenaz reclamo con vehemencia,
pues todo queda en mí, soy heredero
del nombre más cabal, el más hermoso:
el célebre Maestro Luis Rivero.
Llegó la hora amarga, el doloroso
adiós sin despedida, consumido
el cuerpo en humo, en polvo silencioso.
Mas si bien nuestro tiempo ya se ha ido,
has de saber que nunca, amor alado,
te atrapará la Silla del Olvido,
que vivirás por siempre a nuestro lado.
Fernando Rivero