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Prometeo Liberado

Blog de educación y de crítica social y política que busca luchar contra la estulticia y falta de sentido común instalados en nuestra sociedad.

Saber escuchar

     Siempre he sido carne de barra, apoyado perenne en esa palestra de noche y palabras. No me pidáis que baile, no que cante ni anime la fiesta, que no soy el rey de la pista, ni el amante de la cámara y el micro. Discutidor nato –herencia de familia-, desde pequeño me he sentido seducido por la buena conversación, el vaso en la mano y en la boca el cigarro, siempre deseoso de plática, ávido de otros puntos de vista acerca de los temas que me interesan. Las discotecas eran duras para quienes, como yo, medio tenientes, no tienen en el oído su mejor sentido, pero bueno, eran momentos más bien para la contemplación. Los bares y la noche desprenden un halo de irrealidad que me atrae profundamente.

     Me temo, no obstante, que mi relación con la nocturnidad sin alevosía ha cambiado de un modo drástico: he dejado de discutir porque no merecí la gracia de Esténtor y voces más altísonas que la mía me vencen; porque en este país dominan la discusión aquellos que gritan más -me pregunto si el objetivo en un intercambio de pareceres ha de ser vencer al contrario-. No entiendo ese miedo a que el otro pueda tener razón, a que su punto de vista sea más consistente que el tuyo.

     Me di cuenta hace años de que yo había caído en esos mismos errores: me vi a mí mismo discutiendo y, cuando la otra persona exponía sus argumentos, yo estaba más ocupado en ver cómo los rebatía, cómo los aniquilaba, que en comprenderlos y aceptarlos como puntos de vista diferentes. Todo cambió cuando supe que ése no era el camino –mi mujer me enseñó a hacerlo-, que cuando uno argumenta, el otro calla y escucha hasta que la exposición haya finalizado, buscando siempre situarse en un estadio más profundo del tema, desentrañar y exponer las raíces. Ésa sí es una conversación enriquecedora, esa en la que los contertulios son permeables y están dispuestos a dejarse persuadir y seducir por las razones del otro. Esto no quiere decir que uno deba mover, cual veleta, su posicionamiento ante la vida por las ideas de unos y de otros. Si sus convicciones son fuertes, sabrán resistir las embestidas de otros razonamientos, pero no se acaba el mundo si de vez en cuando esos cimientos se tambalean. Tampoco pasa nada si, a pesar de tus convicciones e ideología, en algunos casos admites e incluso interiorizas ideas distintas o rivales. Los necios son los únicos que nunca dudan.

     Releo a Platón y siento un placer infinito al ser convidado de piedra en el diálogo entre Sócrates y Fedro, ávidos ambos de palabras y discursos bellos. Me maravilla ver cómo en los albores de la civilización el hombre daba tanta importancia al logos, a la palabra y al razonamiento, y con infinita tristeza lo comparo con la banalidad que, dos mil quinientos años después, impera en nuestros días. Habla mi nunca suficientemente ensalzado Sócrates, el sabio que nada decía saber, de cómo el discurso debe estar siempre apoyado en la verdad, y buscar la verdad, y critica la verosimilitud, preferir exponer cosas que sean creíbles antes que verdaderas, cuando, según él, la verdad es la cristalina fuente de la belleza.

     No me gusta hablar de ciertos programas de televisión que si consideráramos basura intelectual, estaríamos elevándolos de rango. No lo hago porque sería otorgarles una importancia que no tienen, pero esta vez los voy a traer aquí por el daño que están haciendo a la sociedad. En esos programas –no sólo los de cotilleo puro y duro- parece que la única regla que hay es no escuchar al prójimo, demostrar lo poco que interesa su opinión y, vociferando con palabras vulgares e incluso soeces, intentar aniquilarlo. Esto está teniendo una nefasta influencia en la vida diaria de las personas, en sus relaciones, pues esta forma de hablar, de nula empatía, en nada puede acercar los unos a los otros.

     Decimos que los jóvenes de hoy se hablan muy mal, se insultan con demasiada facilidad, que ésa parece ser su forma natural de relacionarse. Pero, ¿no es ésta una crítica que debamos hacer a la sociedad en general? ¿No son el insulto y la falsedad lo que más se paga hoy en día, lo que más réditos proporciona? Las personas, sobre todo las que están formándose, tienen referentes que influyen mucho en su vida y en su forma de relacionarse con el mundo. ¿Quiénes son los referentes de hoy? Políticos que escupen sus miserias cuando hablan, que prefieren la expresión “es mentira”, es decir “eres un mentiroso”, antes que “no es cierto”, personas hechas y derechas, líderes del país que zanjan cualquier crítica con un “y tú también, y tú más, habla cartucho”, cual pueriles colegiales, programas de televisión donde los que participan saben de ante mano que van a insultar y a ser insultados, músicos de medio pelo que tienen más de niñatos que de músicos… Criticamos en los chicos aquello que les hemos dado, lo único que les damos. Ellos no son sino víctimas del camino vacuo y banal que ha emprendido esta sociedad, basado en la incomprensión mutua, la acritud y los lugares comunes.

     Ahora mi cabeza le da vueltas a una aprensión que me ronda: mucha gente habla en estos últimos tiempos de lo que nos están quitando, de cómo nos están subyugando, de que somos marionetas cuyos hilos son movidos por unos títeres, y me pregunto si no es el nuevo lugar común. Ya no es la vivienda; la hipoteca y el banco amigo han perdido el lugar privilegiado que ocupaban en nuestras conversaciones y nuestro pensamiento, rivalizando sólo con el todopoderoso fútbol. Ahora es la crítica social y política, en gran medida irreflexiva y superficial, lo que domina, con el fútbol, claro, nuestras charlas, pero ¿habremos despertado o será sólo otra moda pasajera? Hablas con la gente y parece que el país va a arder, de puro enardecido que está el ambiente, que se aproxima la revolución y le vamos a quitar el poder a los poderosos… ¿Será ésta, me pregunto, una llama que prendió aquel mayo iracundo, el camino hacia la verdad y la honestidad, hacia el respeto, o tan sólo otro tema con el que llenar nuestros días? Veremos.

Fernando Rivero

 

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L
Me sumo a tus palabras, y añado otro elemento para la reflexión: ¿no contribuye a este diálogo de sordos un sistema político que, llamándose "parlamentario", renuncia de antemano al poder persuasivo de la palabra y limita el debate a la disputa personal? Si algún partido ha de cambiar el sentido de su voto, esto se negocia antes y nunca es fruto del debate. Lo único que se reserva, pues, para la tribuna es la exposición mediática de las propuestas y la escenificación de la trifulca.
S
¡Cuánta verdad en tus palabras, Nando!<br /> Cuando veo un informativo en TV que habla sobre un tema, reflexionado, ahondando en sus &quot;por qués&quot;; tirando de hemeroteca,... siempre pienso que es una pena que no lo vean todos los españoles y se den cuenta cómo son las cosas.<br /> Igual pienso sobre tus reflexiones que acabo de leer. ¡Ojalá! las leyesen muchos.<br /> Un abrazo.
F
Querido Santiago. Me alegra que te haya gustado. Creo que necesitamos aprender a hablar otra vez, dotar nuestra conversación de la profundidad e inteligencia necesarias para ser humanos. La difusión de este blog depende mucho de la que sus lectores le den. Además, lo creé como espacio común para la expresión de ideas, de diferentes puntos de vista, para el debate sano e inteligente. Así que, ya lo sabéis todos... Un abrazo.